Así tenía yo estructurado mi «universo grietil» hasta que, he visto con mis propios ojos, cómo hay grietas merecedoras de estar en un museos y no en el de los horrores, sino en uno de arte contemporáneo.

Y es que la artista colombiana Doris Salcedo ha creado una enorme grieta artística, a la medida de la Tate Modern de Londres, donde luce espectacular, a lo largo de los 167 metros de suelo de la Sala de Turbinas, desafiando las leyes de construcción de cualquier espacio público.
Tengo que reconocer que la obra es de gran belleza estética ademas puedo decir que es la grieta más grietas de todas las que he visto en cautividad.
Me he paseado por ella, la he mirado y remirado tratando de adivinar cómo han conseguido ese realismo y he disfrutado viendo la reacciones que provocaba en los demás visitantes, incluso he intercambiado opiniones sobre su construcción con ellos.
Y es que es una grieta la mar de interactiva, seguro que dentro de poco, acabaremos echando monedas dentro, como si de una fuente se tratara.

Me pregunté al verla, qué habría empujado a la artista a concebir para este museo una obra estéticamente destruida. Me he informado y cito textual la explicación que da la autora sobre su obra a la BBC.
«lo que intenta es marcar la división profunda que existe entre la humanidad y los que no somos considerados exactamente ciudadanos o humanos, marcar que existe una diferencia profunda, literalmente sin fondo, entre estos dos mundos que jamás se tocan, que jamás se encuentran. Yo creo que el racismo no es, digamos, un síntoma de un malestar que sufre la sociedad del primer mundo, sino que es la enfermedad misma. El odio racista marca la vida, define cómo vivimos las personas en el mundo».
Y creo que tiene razón en lo que dice sobre distancias insalvables entre el primer y el tercer mundo, pero no me parece que eso sea lo que transmite su obra en la Tate.
Porque al fin y al cabo es una grieta domada, no tiene rebeldía, está hecha con unas medidas determinadas, con un preciso plano y asegurando muy mucho que no va a pasarle nada al edificio.

Además es una grieta que no separa, todo el mundo puedes ir sin problema de un lado a otro de ella o cruzarla sin notar la diferencia. Todo en ella es seguridad, hay carteles de advertencia y vigilantes, vamos que la crítica y el espíritu reivindicativo no los veo.
Sigo leyendo la explicación de la autora sobre su grieta Shibboleth.
«El título hace referencia a un pasaje del Antiguo Testamento que cuenta cómo los miembros de una tribu mataban a los de la otra que pronunciaban esa palabra de una forma diferente. También evoca el poema «Shibboleth» del escritor judío Paul Celan, Shibboleth, en hebreo, es una palabra que simplemente significa ‘espiga’, ‘espiga de trigo’, pero ha sido un examen de pertenencia o de exclusión en diferentes sociedades. En el poema de Paul Celan, él hace referencia al duelo permanente, porque no hay manera, a través del arte, de recuperar las vidas perdidas. El arte no tiene la capacidad de redención. El arte es impotente frente a la muerte. Sin embargo, tiene una habilidad y es la de traer al campo de lo humano la vida que ha sido desacralizada y darle una cierta continuidad en la vida del espectador».
Dios, ahora sí que no entiendo nada, ¿duelo permanente, muerte, vida desacralizada…?. y yo sin verlo.
Ahora, a mí el que me admira es el curator, (dícese de esa nueva raza de personajes todopoderosos y seguro caprichosos, que tienen en sus manos la programación de los museos más importantes del mundo. Ojo, no confundir con los comisarios, mucho más modestos) Achim Borchardt-Hume, que ha sido el que ha vendido al director, a los gestores y a los arquitectos del museo, la idea de crear en él una fisura que dejará en el suelo del edificio una huella indeleble difícil de ocultar.

Supongo que él sí habrá sabido explicar bien todos estos conceptos, ¿o le habrá bastado con decirles, como ha hecho a la BBC?: «Salcedo, en nuestra opinión, está entre los escultores más importantes de la actualidad. En los últimos años nos ha sorprendido mucho su gran sensibilidad hacia el espacio arquitectónico, la forma tan convincente en que puede involucrarse con espacios enormes y, al mismo tiempo, su atención a los detalles, el trabajo meticuloso que hace en las superficies y, por supuesto, las preguntas importantísimas que plantea su obra».
¿¿¿¿????. Seguro que si se lo propusiera este hombre, vendería nuestras «famosas grietas», como licencia estética de los ingenieros y arquitectos, que han diseñado el trazado del AVE.
Me encantaría oír la explicación de alguien que haya sentido, ante esta obra, algo de lo que nos cuenta la autora y que me lo contara con sus palabras.
Porque a mí en definitiva me ha parecido una «grieta de diseño», una grieta que ridiculiza en parte a las verdaderas grietas, esas que salen en las casas en mal estado o las que se abren en la tierra cuando no hay agua o las provocadas por los terremotos…
Eso sí, bonita es un rato y queda maravillosamente bien en el suelo del museo, como es tan industrial… Aunque si yo tuviera el poder de un curator, la cambiaría de ubicación, la pondría en la fachada, además la haría tan profunda y ancha, que traspasara los muros del museo y dejara ver la calle.
De esta manera el interior y el exterior entrarían en contacto y de la misma manera que se ha metido una grieta en un museo, también se podrían sacar algunas de las obras de arte del interior del museo, a la calle.
Para que nos topemos con ellas por casualidad, sin ideas preconcebidas, con la mente limpia y sin tener que leer un manual de instrucciones, para sacar algo en claro.
Seguro que a su autora no le importaría porque parte de su obra se desarrolla precisamente en las calles, y esa es la que me parece más interesante.
Pero como esto no van a pasar, yo seguiré ampliando mi modesta selección de obras de arte público, que voy sacando de lo que veo por las calles o de lo que descubro a través de otros blog.
¡Y que viva Gordon Matta-Clark!.





