Disculpad mi ausencia de los últimos días, anduve trabajando en un proyecto del que otro día os hablaré con detalle, y no me ha quedado mucho tiempo para actualizar el Ático.
A mi vuelta, de las primeras cosas que he hecho, ha sido intentar ver la muestra del incomparable Ribera en el Museo de El Prado, pero ha sido imposible, tonta de mí, estamos en Semana Santa y la cola daba la vuelta al museo.
Sin saber muy bien lo que me iba a encontrar, me dirijo perezosa al Caixaforum y atraída por la imagen de un cartel (señor con gafas oscuras, vestido de época y metido en el agua con un gran flotador negro), me meto en la exposición de un tal Jacques Henri Lartigue, que no conocía, y que resulta ser un interesante fotógrafo, que de 1902 a 1986, se dedicó a retratar con extraña sensibilidad, su vida ociosa, la de sus familiares, amigos y amores, prestando especial atención a los momentos felices, que por lo que he podido deducir, fueron muchos.
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