Ojalá, Zacharie Gaudrillot-Roy ambientara una de sus series fotográfícas de fachadas en Madrid, porque justo como él plasma la realidad urbana es como yo percibo esta dichosa ciudad.
Y es que en este momento, el centro de Madrid es para mí una enorme fachada de cartón piedra, que oculta una realidad degradada y poco higiénica que hasta ahora no hacía falta ver, como un decorado de El Show de Truman con aspiraciones a Strip de las Vegas de bajo coste y de similar falta de gusto, que sirve de pantalla para ocultar una tramoya donde malviven los actores, secundarios pero con encanto, y los que construyen los decorados, una mayoría, menos interesante y que hay que mantener oculta y sometida.
Así las cosas, mientras los que tiene dinero pueden ocupar del espacio público «visitable» con todo tipo de aditamentos conmemorativos e innecesarios y logos de multinacionales presidiendo edificios anteriormente protegidos y ahora salvajemente rehabilitados, paralelamente se está vendiendo, que lo que hay tras el decorado también tiene su gracia y merece la pena ser conocido y vivido, y para orquestar este mensaje, están relajando las normativas hasta hacer de esta trastienda el lugar donde todo vale, siempre que esté al servicio del ocio nocturno, la gastronomía y el consumo de alcohol, convirtiendo estas visitas turisticas, en experiencias canallas que se cotizan al alza en las guías de la ciudad, nosotros los ciudadanos hacemos cursos acelerados de cómo reconvertirnos en camareros.
Paradojicamente, mientras al ciudadano formato estándar le quitan, a golpe de legislación y represión, el derecho a usar y expresarse libremente en el espacio público, todo se relaja si deja divisas en las arcas municipales.